viernes, 3 de abril de 2009

La muerte como punto de partida.


Ayer pensaba, mientras el cuerpo de Alfonsín paseaba por última vez por la calle Callao, cuantas voces se alzaron con la necesidad de cubrir el silencio que deja la muerte. Cuantos viejos detractores hoy emocionados, cuantos grandes puteadores hoy sin palabras. Que efecto trascendental provoca la muerte en todos y más cuando le sucede a un personaje público, con el agregado de ser un tipo querido.
Mis recuerdos de Alfonsín se remontan a las boletas del SI – NO por el conflicto con Chile; desde ese punto y en adelante, tengo las voces de mis padres arengando por el radicalismo y, a poco de eso, desilusionados por el fin abrupto de aquella etapa.
De todos modos, mi reflexión hoy va hacia otro lugar, no el de la historia, ya muy relatada y juzgada, siempre desde el punto de conveniencia de cada uno. Sino al hecho, sin lugar a dudas histórico, que produjo la muerte de Raúl Alfonsín. Todos reconocimos en él un político carismático, con un poder de dialéctica quizá solo comparable al de Perón, con una creencia en sus convicciones poco reconocible aún en sus propios correligionarios y con un respeto popular sin igual, ayudado por la escasa (casi nula) aparición de dirigentes políticos de raza, luego de su renuncia en 1989. Pero, me preguntaba ayer mientras miraba el incesante caminar de los asistentes al sepelio, ¿estimábamos un acto de esta envergadura?, ¿alguien suponía que aún un político desde el cajón podía llegar a convocar adeptos?.


Alfonsín fue el último político que provocó autoconvocatoria de masas. A veces cuando observo a los dirigentes de hoy hablar para dos o tres mil personas que fueron traídas en micro, con la promesa de llevarse $20 a cambio del paseo, recuerdo aquella 9 de julio del 83´, tanto la Radical como la Peronista y pienso si realmente en esos 30 mil desaparecidos se han llevado a la clase dirigente que con sus utopías hoy podrían convocarnos. No lo sé.
Lo que sí observamos ayer fue un hecho político trascendental. Uno de los oradores hablaba de los valores de Alfonsín, esos que los que asistieron ayer al sepelio querían recuperar. Me vi reflejado en esa frase. El ex presidente murió en el mismo departamento que tenía antes de ser presidente, nunca tuvo una causa por enriquecimiento ilícito ni por mal desempeño en las acciones como funcionario público. Quizá de estos simples valores hablaba ayer el orador. Esta simpleza de la diferencia entre el bien el mal, de lo correcto y lo incorrecto, de los juzgable por un tribunal o no.
Esos valores tan simples en la vida cotidiana de la gente, fueron los que sacaron a miles de personas a la calle. Pensando que la última gran movilización autoconvocada fueron los cacerolazos de diciembre del 2001, esto brinda un futuro esperanzador. Recuperar esos pequeños valores desde el lugar que nos toca, puede llegar a cambiar el rumbo de una sociedad hoy enceguecida por el individualismo. El hecho de ayer, sin tintes partidarios, puede ser una bandera, que el martes bajamos a media hasta y con ese impulso quizá logremos levantarla.